Quisiera comenzar estas palabras remontándome al verano de 1960. El escenario, una escondida cancha de cemento, cien veces remozada, circundada de tribunas de rieles y durmientes, con luminarias que tenían la ilusión de esclarecer los dobles y los pases que, con balones de cuero, los jugadores de entonces, dibujaban para producir la magia de escuchar el suave sonido de unas redes remecidas.
En una noche cálida, había culminado el Campeonato Abierto de Básquetbol, organizado por la pasión y la perseverancia de Fidel, mi padre, tal vez el culpable del momento que estoy viviendo. En el instante de los reconocimientos, junto con vitorear a los campeones, los hinchas se manifestaron con una sola palabra: Gimnasio…Gimnasio, ante la falta de reductos.
La cancha de Ferroviarios fue por muchos años el punto de convergencia de los jóvenes, que llenaban las tardes en partidos interminables. Fue también el principal recinto, donde se desarrollaban los campeonatos del básquetbol talquino. Y, fue finalmente, el comienzo de la pasión que guía hasta hoy día mis sueños y mis ilusiones.
Inexorablemente, el clamor de 1960 y en la medida que crecía la ciudad, se fue haciendo realidad y los gimnasios fueron apareciendo para recibir a las nuevas generaciones de deportistas.
Quisiera recordar el pequeño recinto del Atlético Comercio, fuente de grandes basquetbolistas; el galpón de las 2 Norte, que sería el Gimnasio Municipal, testigo de grandes triunfos de la Selección de Talca y del Deportivo Español; el Gimnasio de la Universidad Católica, mi alma mater, donde desarrollé mi vida profesional y hogar sagrado que sabe de mis más caros anhelos y de mis inevitables derrotas; el Gimnasio Cendyr, con sus noches de partidos intensos y sus copas de campeón brillando en su rectángulo; más este Gimnasio Regional, con sus columnas esbeltas sosteniendo un octágono de pasillos, sus tribunas rodeando robustas la cancha luminosa, sus marcadores de goles esperando impacientes el pitazo inicial del próximo partido y, como ayer, en la cancha de cemento, 10 ansiosos deportistas persiguiendo un sol naranja para depositarlo suavemente en una canasta de cristal.
Al finalizar estas palabras, quisiera expresar mi gratitud a todos los basquetbolistas que escribieron con letras de oro la hermosa historia del básquetbol talquino, a los que compartieron conmigo la lucha por el triunfo en los cientos de rectángulos del país y el exterior, que tuve el privilegio de conocer y aquí presentes, a los técnicos que me brindaron su consejo, a los dirigentes que desde su posición favorecieron el desarrollo de nuestro querido deporte, a los periodistas, que, en diferentes épocas, me otorgaron su reconocimiento, a los clubes y asociaciones que tuve el honor de representar y, lógicamente, a toda mi familia, siempre apañándome en este largo recorrido de lindos sacrificios, en momentos que podríamos estar juntos.
Mi gratitud especial a quien tuvo la iniciativa de proponer mi nombre (Pablo Prieto) al Gimnasio, ahora sellada por la Municipalidad de Talca, con su alcalde Juan Carlos Díaz y su honorable Concejo Municipal.
Recibo este homenaje con humildad, con la certeza que este reconocimiento es para todos aquellos que alguna vez se calzaron unas zapatillas, y una camiseta numerada, ya sea en una humilde cancha de barrio o en un coliseo iluminado, acariciaron con sus manos un balón y sintieron esa secreta alegría de traspasarlo por un aro de plata.
Muchas gracias.