En las canchas de Talca, el básquetbol es más que un deporte: es un escenario donde las tablas crujen como tablas de teatro, donde cada jugador sube a interpretar su papel bajo las luces del aro.
El público aplaude desde las gradas, esperando una obra maestra, pero últimamente el guión parece escrito con tinta que pocos pueden leer. Hay máscaras que no caen, y un telón que guarda más de lo que revela.
En este drama, no todos audicionan para su parte. Algunos entran al escenario con el libreto ya en la mano, como si el director hubiera decidido los protagonistas antes de que las luces se encendieran.
Son figuras que encestan sin ensayo, que ocupan el centro de la escena mientras otros, con el sudor listo y las líneas memorizadas, esperan en las sombras del telón.
“El reparto ya está cerrado”, se escucha entre bastidores, y las gradas empiezan a preguntarse si el próximo acto traerá caras nuevas o el mismo elenco de siempre.
No hay aplausos forzados, pero sí miradas que buscan respuestas. ¿Quién eligió a los estelares? Nadie lo dice en el micrófono, pero el eco de las tablas lo susurra: hay roles que no se ganan, se heredan.
Fuera del foco, donde las luces no llegan, la trama se tensa. Hay un coro invisible que mantiene el orden, susurrando líneas que no están en el programa.
“Sigue el guión o el telón baja para ti”, parece decir el viento que cruza la cancha, un mensaje que no necesita reflector para llegar a quien lo entiende. No son gritos ni escenas abiertas, sino gestos que pesan, como un telón que se mueve cuando nadie lo espera.
La última vez que subimos el volumen de la obra, buscando un cambio de acto, hubo un revuelo en las bambalinas. Una voz se alzó y luego se apagó, como si el apuntador hubiera tachado su línea a última hora. ¿Fue un ensayo fallido o un intento de reescribir el final? El público sigue mirando, y nosotros seguimos en el borde del escenario.
El básquetbol talquino merece un libreto abierto, un escenario donde cada salto al aro sea una audición justa, sin máscaras que oculten favoritismos ni telones que callen las voces. Que los focos no se queden en unos pocos, que el aplauso sea para quien lo gana en la duela, no para quien lo recibe por decreto. Queremos un tercer acto donde el balón no tenga dueño, donde el final no esté escrito antes de que suene el telón.
Así que aquí va otro foco encendido, una luz suave que cruza la escena para ver cómo se mueven las sombras. El telón está arriba, la pelota rueda, y Talca espera una obra donde el verdadero arte sea el juego, no el guión que lo contiene.