Es un secreto a voces que el balompié chileno pasa por una crisis futbolística e institucional hace ya varios años, pero además de eso, nuestra selección chilena cada vez es más longeva y, al parecer, costará un par de años poder encontrar ese necesario recambio.
Pensando un poco más en el futuro, miramos con cierta preocupación, cuando pasamos por las calles de las ciudades, la ausencia absoluta de niños jugando a la pelota. Recordemos que, antiguamente las calles agolpaban decenas de niños jugando detrás de un balón, emulando ser su futbolista favorito y jugando hasta altas horas de la noche. Hoy el panorama es distinto y, esos menores, prefieren estar “pegados” a una pantalla o jugando en una consola.
Cabe preguntarse entonces: ¿Quiénes serán los que continuarán jugando al fútbol, qué formación tendrán y de dónde aprenderán a jugar?. Ahí aparecen las -emergentes y muy necesarias a mi entender-, escuelas de fútbol. En ellas, cada vez más se profesionaliza el trabajo, se contrata un staff técnico integral y se busca realizar una labor formativa inicial, para que los niños aprendan a jugar.
Luego, están –por supuesto- los equipos profesionales, los que invierten en que esos menores lleguen al alto rendimiento.
Sumado a eso, aparece el “peloteo” amateur. En él, los jóvenes hacen sus primeras armas, sufren sus primeras decepciones, compiten semana a semana y se van forjando como jugadores. La tarea pendiente es que, muy pocos clubes, se fijan en este tipo de jugadores y, por lo tanto, muy pocos de ellos llegan al profesionalismo.
Cada vez se hará necesario recurrir a estos futbolistas no formados por una institución profesional, para poder encontrar el futuro del deporte rey y, en esta tarea, el ente rector del balompié nacional, la ANFP, deberá poner especial énfasis, si quiere recuperar el nivel que Chile se merece.