Participar en un evento planetario siempre es una experiencia emocionante, pero para Sudamérica implica un doble desafío: el deportivo y el geográfico.
Esta vez, el escenario fue Fujairah, en Emiratos Árabes Unidos. Un destino tan lejano que llegar allí nos toma casi dos días completos de viaje, más una diferencia horaria de ocho horas.
Para nosotros, los árbitros, y para los deportistas, esto no solo agota el cuerpo, también exige una concentración extraordinaria desde el amanecer hasta el final de la jornada.
El Mundial de taekwondo cadetes reunió a niños y niñas,entre 10 y 14 años, de todo el mundo. En cuanto a Sudamérica, Brasil fue el único país presente. La razón es clara y triste: asistir a un evento de esta magnitud cuesta muchísimo.
El pasaje, el hospedaje, la alimentación… Son barreras económicas difíciles de sortear para muchas Federaciones. Y aun así, los que llegaron, lo hicieron con una motivación y un nivel deportivo que sorprendieron.
Desde niñas de -29 kilogramos hasta varones de +65, el nivel técnico fue tan alto que si no fuera por las caretas obligatorias en los cadetes, uno olvidaría que se trata de menores. Es increíble ver cómo estos jóvenes, muchos con poca experiencia internacional, compiten con una madurez impresionante.
Uno de los momentos más emotivos del evento fue ver cómo las medallas se repartieron entre muchos países, no solo entre las potencias de siempre.
El Salvador, por ejemplo, se llevó una medalla y la celebró con una humildad que nos hizo vibrar a todos. Ver la bandera salvadoreña en el podio fue un recordatorio de que el esfuerzo, la dedicación y los sueños no tienen pasaporte. Fue imposible no emocionarse al ver al atleta y su coach abrazados en el tatami.
Como árbitros, tener la oportunidad de estar allí, de ver nacer a futuras estrellas del deporte, es un privilegio. Nos vamos con la convicción de que tenemos que seguir creyendo, apoyando y, sobre todo, generando instancias para que nuestros cadetes sudamericanos puedan, algún día, probarse en estas grandes ligas.
El viaje, el evento, el lugar… todo fue inolvidable. Pero más allá de lo espectacular, fue una experiencia que nos invita a reflexionar sobre la desigualdad en el acceso al deporte de alto nivel, y también sobre el inmenso talento que hay en nuestra región esperando una oportunidad.